jueves, 27 de diciembre de 2007

24

Vuelvo a citar al gran caudillo de Israel en el Salmo 90:12 cuando clama: "Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría". Ya tengo 24 años.

El crecimiento y el aprendizaje son procesos que van de la mano. Ambos dependen de estarse nutriendo constantemente, consumir lo más saludable para el cuerpo, y para el alma. Crecer y aprender consisten en dar pasos que nos hacen más fuertes cada día; miramos hacia atrás y no somos como éramos ayer. Tenemos mayor estatura, mejor porte; somos más diestros, sabios, prudentes (aunque a veces también tercos).

En mi caso no es mucha la estatura que he alcanzado... Supongo que comencé tarde a degustar los manjares del campo (vegetales), pero sí puedo presumir de cierto aprendizaje, que sólo ha sido posible alcanzar por la benevolencia de Dios.

Ahora que tengo 24, mi perspectiva ha cambiado, al igual que mis deseos, aspiraciones, y las metas humanas que hay frente a mí. Cuando era adolescente solo quería ser reconocido como un chico bueno, talentoso y amigable... no niego que soñé con la fama, pero hoy, eso no tiene suficiente valor para mí, sería quedarse corto ante lo que puedo lograr en la vida.

La palabra familia toma un nuevo significado. No solo porque un buen día de estos que me esperan formaré la mía propia; sino porque a mi edad, entiendo el valor de estar dentro de semejante célula de amor... Cosa que tal vez no hubiera asimilado de no haber estado fuera de ella un tiempo.

Son muchas las enseñanzas durante estas más de dos décadas de vida sobre la tierra. Algunas cosas he tardado en asimilarlas, pero otras van conmigo a todo lugar... La esperanza, la sonrisa, el sueño de familia, la gracia que recibí y que ahora debo dar, el gozo de vivir el presente, el amor y la verdad... Todo eso me acompaña a mis 24, ¡No lo soltaré!

domingo, 16 de diciembre de 2007

En la sala de espera

Gente de aquí para allá, observando sus relojes o llamando por sus celulares, leyendo el periódico o alguna revista. Algunos solo dejan correr el tiempo sentados en sus asientos. Los niños no pierden la oportunidad de jugar o hacer preguntas a sus abuelos- parece que vienen diseñados para eso. Todos esperan algo: algunos su primera vez, otros la recompensa, y otros simplemente “un vuelo mas”. Todos están en la sala de espera.

Mientras tanto, también de este lado de la puerta, hay alguien que observa tratando de entender lo que cada uno piensa, cómo asumen la espera. Palabras, gestos, y emociones a flor de piel, son analizados por el observador silencioso, quien concluye: ¿Acaso esto no es el mundo, y la vida como la espera en esta sala?

La espera en un aeropuerto describe bien nuestro paso por esta tierra. Todos asumimos diferentes actitudes y acciones mientras esperamos que abran la puerta y podamos abordar nuestro vuelo. Muchos viven preocupados porque quieren llegar pronto al destino y no están tranquilos en un mismo sitio. Otros andan distraídos, viven por vivir siendo los últimos en enterarse cuando llaman a abordar el vuelo a la otra vida.

Pero existe otro grupo que quiere que la espera valga la pena. Estas personas saben que es mejor esperar acompañados, y se dedican a vivir un día a la vez, haciendo el bien, siendo útiles. Es menos probable que a éstos se les pase el llamado a abordar. Por su parte, los observadores evalúan lo que los demás hacen, y ahí queda todo. Son doctores, filósofos, antropólogos, psicólogos y teólogos. A ellos también les tocara abordar... de primeros o de últimos ¿quién sabe?, pero todos pasaremos por el túnel y volaremos al destino que nos toque.

Me pregunto qué tipo de persona soy: ¿Estoy haciendo “algo” mientras espero el llamado? ¿Vivo preocupado, distraído, enfocado en mí o en los demás? ¿Estoy compartiendo y creciendo para decir que no perdí el tiempo en la sala de espera?

Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría. - Moisés, hombre de Dios
*Salmo 90:12 NVI