martes, 29 de abril de 2008

Triste y condenada curiosidad

Ayer pasé el susto de mi vida. No es algo que deba alarmar a mis lectores, ya que ocurre cada cierto tiempo y siempre por la misma razón: Soy muy curioso.

La historia comienza más o menos así: Había una vez un joven que no tenía nevera en su casa nueva. Así que utilizaba la cocina de su vecino. Pero un día el vecino se ausentó olvidando dejar abierta su cocina para el joven. Y en la hora en que el sol está más perpendicularmente sobre la tierra, el joven hambriento se dirijió a la cocina encontrándola bajo candado.

El joven era yo y eso ocurió ayer. Pero como si tener hambre y sed no fuera suficiente... trate de abrir la puerta por mí mismo. Busqué por los estantes y encontré una llave que parecía entrar en el candado. Y así fué que anulé toda esperanza de comer.
Rompí la llave al girar en el candado, y la punta quedó dentro. Entonces dije, tratando de no maldecirme a mi mismo: "Triste y condenada curiosidad, estas destinada a hacerme esperar"

En Narnia tambien hubo un curioso cuyo deseo inevitable de querer saber que pasaría provoco un cataclismo de proporciones bíblicas.
Digory Kirke, un niño londinense viajó a otro mundo junto a su amiga Polly usando anillos magicos. Se trataba un mundo anciano, a punto de destruirse. Alli encontraron un palacio, y en el una habitacion repleta de figuras como de cera.

En el centro de la habitacion habia una columna cuadrada de un metro veinte de altura, con un pequeño arco dorado del que colgaba una campanilla dorada: junto a esta habia un martillo dorado. Se podía leer en la columna la siguiente inscripción:


Haz tu eleccion, aventurero desconocido;
golpea la campana y aguarda el peligro,
o preguntate hasta enloquecer,
que habria sucedido si lo llegas a hacer.
(C.S. Lewis, "El sobrino del mago", Destino Infantil & Juvenil, p. 71)

La curiosidad atacó con su aguijón a Digory. Éste eloqueció ante la posibilidad de no intentar saber lo que pasaría:

"Ahora no podemos escapar. Nos pasaremos la vida preguntándonos que habría sucedido si hubiéramos golpeado la campana. No pienso regresar a casa para luego volverme loco pensando en eso. ¡Ni hablar!" (C.S. Lewis, "El sobrino del mago", Destino Infantil & Juvenil, p. 72)

Peor maldad no pudo desatar la decisión del niño. Su "echar un vistazo" se convitió en tocar la campanilla dorada, lo cual despertó a Jadis o la Bruja Blanca, como la conocemos, la misma que sometió a Narnia por 100 años con un terrible invierno.
Pero ¿cómo podía saber el niño todo lo que pasaría por culpa suya? En eso consiste la trampa de la triste, condenada y traicionera curiosidad.

A veces es mejor no saber las cosas. Hubiera sido preferible para el hombre no probar el fruto del conocimiento del bien y el mal. O, en un caso más doméstico, hubiera sido mejor no intentar abrir el candado.