lunes, 17 de junio de 2013

SOS

¿A quién acudes en medio de una crisis? ¿A quién va dirigido tu grito de auxilio?

Sergio, un niño de 10 meses, fue a su chequeo médico junto a su mamá. Lo que él no sabía es que era día de vacuna.

Después que la pediatra lo vio, pasaron a la habitación donde la bella y eficiente asistente procedería a aplicar la inyección.
El procedimiento es sencillo: El padre o representante sostiene al bebé en brazos mientras le alzan el pañal. Una vez distraído el inocente llega lo inevitable... Preparen, apunten, ¡Jeringa!

La respuesta del pequeño no se hizo esperar. Tal vez sea uno de esos sentimentales que lloran más de la cuenta. Pero en medio del llanto pude distinguir una palabra muy bien articulada, con la fuerza que el caso amerita: ¡Mamá!.

"¿No lo está sosteniendo su mamá?", pensé. Acto seguido lo entendí. Cuando eres bebé y "tu mundo se está derrumbando", naturalmente le pides a tu mamá que intervenga. Crees que puede hacerlo, que está ahí para socorrerte.

En el libro de los salmos se registran algunas de las oraciones del Rey David.
En mi angustia invoqué al Señor; clamé a mi Dios, y él me escuchó desde su templo; ¡mi clamor llegó a sus oídos! ~ Salmos 18:6 (NVI)
Otra de sus suplicas dice:
Sálvame, Dios mío, que las aguas ya me llegan al cuello... Cansado estoy de pedir ayuda; tengo reseca la garganta. Mis ojos languidecen, esperando la ayuda de mi Dios. ~ Salmos 69:1,3 (NVI)
El salmista usa el mismo tono de urgencia del pequeño Sergio: "Me duele pero Dios puede intervenir ¡Y quiero que lo haga!". En medio de su agonía, la confianza en el Dios es lo que le sostiene. Y estando en sus brazos, una vez pasado el dolor, cesa el llanto y todo vuelve a ser feliz.

Yo confío en tu fiel amor; rescátame para que pueda festejar tu salvación.
Adoraré al SEÑOR porque ha sido bueno conmigo. (Salmos 13:5, 6 PDT)

jueves, 6 de junio de 2013

Crónica de un engaño

Suena el teléfono. Una inesperada pero grata sorpresa. Una pareja de amigos me saluda desde el exterior. La emoción no se hace esperar. Rápidamente nos actualizamos hasta llegar al incidente de ayer. Como algo muy divertido les cuento como mi esposa casi enloquece con la lavadora (A propósito omití la parte en que yo enloquecía). Crespos hechos y ropa mojada: Una gran historia.

Ellos se divierten. Yo no estoy satisfecho. Tengo que indagar disimuladamente como ocurrió. Ellos conocen la máquina implicada. Fueron sus dueños hasta que se mudaron del vecindario. Podrán sacarme de la duda. No estoy seguro si usamos el voltaje correcto. El enchufe indica 220V. Pero recuerdo haberla visto conectada a la corriente 110.

Todo se esclarece. Mi amigo me recuerda de un "switch" interno. La lavadora fue adaptada para trabajar con 110V. Proceso la información. Mi mente abre ventana tras ventana. El veredicto esta listo: El pequeño asesino lo hizo de nuevo.

—Si la conectaste a la 220 la fundiste —Me dice como si se tratase de algo sin importancia.—Carla siempre la enchufa en la 110 —Es lo que sale de mi boca. Acto seguido, cambio la conversación.


Comparto este ejercicio literario inspirado en hechos reales a manera de expiación (Metafóricamente hablando, puesto que todas mis culpas fueron perdonadas en una cruz, par de milenios atrás). No hace falta mayor explicación sobre los daños irreversibles en un electrodoméstico enchufado equivocadamente. Tal vez sí sea pertinente decir que fui yo quien persuadió a Carla de usar la 220V en vez de la toma a la que estaba acostumbrada (Verán, resulta que había pasado un buen tiempo desde la ultima vez que usamos la máquina)

Ahora bien, lo que nos ocupa en esta entrada es la forma en la que deliberadamente engañé a mis vecinos. Nótese que uso "engañar" y no "mentir" porque no dije una mentira. Mis palabras eran ciertas; mi intención, bastante incierta. Omití convenientemente una parte de la historia ¿Con que fin? No poner al descubierto mi error. Palabras mas, palabras menos: Quería engañarlos.

Si piensan que me juzgo duramente, probablemente habéis incurrido en la misma falta. No me extrañaria. Es algo de sangre. He aquí otro ejercicio literario para explicarlo.

Crónica primera.
El frescor de la tarde. La pareja de pie uno frente al otro. Se oye un sonido familiar. Dios entra en el jardín. Los anfitriones ya no están. El Supremo echa un vistazo entre los arbustos. El miedo infesta el ambiente.
El que todo lo sabe pregunta. El prófugo no entiende qué ha pasado. No hay mas inocencia. La respuesta revela transgresión. Todos los actores entran a escena. Se va a celebrar un juicio.

El hombre entra en pánico. Se niega a revelar su estupidez. Alguien mas debe pagar. La carne de su carne. Así comienzan nuestros problemas en casa. Dios observa. La sentencia es dada. La paga estipulada. La humanidad espera libertad. El orgullo es un cruel opresor.

Peccato originale e cacciata dal Paradiso terrestre (Miguel Ángel)

¡Cuanto nos aterra exponernos a la luz! Eso mataría nuestro huésped (el orgullo). Resulta mejor esconderse. Danilo Montero atinó a decir que Adán "se escondió detrás de un arbusto y luego, detrás de una mentira." Igual yo, en una media verdad para conservar el orgullo intacto. (Hasta hoy que he confesado culpa)

Adán no tuvo mas remedio que asumir su pecado. Por desgracia, el dañó mas que una lavadora. Nos infectó con el orgullo, y el miedo a destruirlo.

Verdad bienvenida.
Pablo escribió a los creyentes en el Mesías de la antigua ciudad de Colosas algo que hoy día esta vigente para nosotros... Si hemos creído tambien.
Así que saquen todo el mal de su vida... quiten de su vida todo esto: el enojo, la ira, la maldad, los insultos y las malas palabras. No se mientan unos a otros porque ya se despojaron del antiguo ser humano que eran y del mal que hacían... Dios los está haciendo nuevos a imagen de aquel que los creó hasta que lleguen al pleno conocimiento de él. *Colosenses 3:5-10 (PDT)