Ayer a la hora del almuerzo, me disponía a cocinar pasta con la nueva receta de la mostaza, cuando de repente me percaté de la presencia de pequeñas invasoras en la botella de aceite... adentro. No sé si nadar en aceite representa algún ritual de ascenso, el hecho es que decenas de hormigas yacían muertas en el fondo del frasco.
Me detuve a pensar en lo fastidioso que resulta lidiar con lo indeseable. Recordé antiguas batallas con insectos, y recientes luchas personales con otro genero invasor, del tipo que también se mente dentro del frasco.
A menudo nos sentimos invadidos (hablo de quienes queremos hacer las obras de Dios) por deseos que pueden destruirnos. En esos momentos nos percatamos de nuestra débil condición. El mismo San Pablo escribió:
"Para evitar que me volviera presumido por estas sublimes revelaciones, una espina me fue clavada en el cuerpo, es decir, un mensajero de Satanás, para que me atormentara. Tres veces le rogué al Señor que me la quitara; pero el me dijo «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad»" - 2 Corintios 12:7-9 (NVI)
¿No es esto lo que hacen las hormigas cuando allanan nuestras cosas? El deseo de pecar tambien nos atormenta, se nos mete dentro del frasco robando la paz y el gozo de la vida.
Lo que haya sido esa espina (aguijón, según RV60) en la vida del apóstol era un recordatorio de la insuficiencia humana para llevar la vida que Dios exige.
Mi rico almuerzo estropeado por los "mensajeros de Satanás" y todos las comidas restantes (hasta que no terminarse el aceite) me recordarán que la debilidad esta muy cerca, al acecho.
De modo que seguiré viendo hormigas muertas en la sopa mientras viva de este lado de la eternidad.
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