miércoles, 23 de enero de 2008

Eustace «desdragonado»

Varios días pasó el odioso primo de los Pevensie, Eustace Scrubb, convertido en dragón gracias al brazalete que había codiciado. El niño estaba más que arrepentido, estaba adolorido, pues la joya se le había incrustado en la pata izquierda.

La noche en que el dolor parecía más intenso el niño con cuerpo de reptil volador vio un león que lo llamaba. Aunque no lo conocía, siguió a Aslan, el Gran León, montaña arriba hasta llegar a una fuente de aguas transparentes.

Para meterse y aliviar su dolor, Eustace tendría que desvestirse, deshacerse de su piel de dragón. Esa era la orden del León. Luego de varios intentos infructuosos, el niño tuvo que dar paso a las enormes y poderosas garras de Aslan, las cuales le ocasionaron mayor dolor, aunque momentáneo. Su aspecto draconiano había desaparecido. Era un niño nuevamente, nadando en un pozo de aguas limpias.

El relato de C.S. Lewis acerca de la aventura de Eustace tiene mayor vigencia que nunca. Todos podemos identificarnos con el niño Scrubb, con su orgullo y avaricia, y aun con el dolor de un objeto incrustándose en nuestra piel escamosa y dura. Somos pecadores, nuestro aspecto dista del que debería. Pero no es sino hasta que el Salvador nos ofrece su ayuda, que entendemos que hay una salida, una dolorosa salida.

Por más que Eustace trató con sus zarpas y dientes de despojarse de su piel, ésta se regeneraba. Igual pasa con nuestros métodos de autoayuda (desde las religiones hasta «¿Quién se llevó mi queso?»), nunca alcanzan la profundidad de nuestro problema: el pecado. Solo la cruz de Cristo y una relación personal con este Dios-Hombre puede, como las garras de Aslan, atravesar la más gruesa y oscura piel de pecado.

La vida piadosa que a Dios le agrada (obediencia a su palabra, adoración absoluta y amor al prójimo) suele ser difícil y... ¿por qué no decirlo? ¡Dolorosa! Muchas son las cosas a las que renunciamos al venir a Cristo, pero este dolor es momentáneo. Lo que sigue es el deleite en el pozo de aguas limpias y las manos traspasadas del Salvador vistiéndonos con ropas nuevas, igual como hizo con Eustace, el niño desdragonado en el país de Narnia.

San Pablo, otro con piel escamosa escribió: «¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? ¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!» Romanos 7:24-25a (NVI)

*Imagen de Eustace el dragon por Pauline Baynes

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